Los granos de un reloj de arena que se deslizan durante los cincuenta y ocho segundos que tiene un minuto lo saben. Saben que el primer y el último segundo marcan el comienzo y el final de un ciclo. Los limitan. Les ponen pautas. O los equilibran. Los posicionan en la escala de grises.
Pero, ¿es acaso el cometido de la obcecación por el arte de jerarquizar todo lo que nos es expuesto o a lo que somos expuestos, un acto reflejo del pensamiento infundado que se proyecta sobre nuestra consciencia situacional? De ser así, nos convertiríamos en cómplices de una ilusoria evasión efervescente. No obstante, existiría una salida de emergencia basada en la cautelosa interpretación de una sutil diferencia: el tiempo que el sabor del recuerdo persiste en el paladar. El súmmum de la degustación. El bocado jamás concebido.


Texto: Nuria Gimeno